Lotic
No parece casualidad que trabaje en el club Janus de Berlín. Aquél, un dios romano de dos caras: de la dualidad, los portales, los principios y los fines. Las producciones de J’Kerian Morgan, conocido como Lotic, marcan, con facilidad, un antes y un después, sea que te atrapen al entrar su recinto Berlinés o al tropezar con su Soundcloud. Este productor oriundo de Houston, de descendencia africana y género disidente, ha irrumpido en la escena de la electrónica europea con una voz sin parangón ni semblanza previa.
Haciendo alusión a las cosas que viven alrededor y debajo del agua revuelta, su nombre es, en realidad, un adjetivo. Así que será bueno ir pensando en fitoplancton, peces y en osos cazando salmones de un zarpazo en la jeta. Su música es así, fluyente y dadivosa como un río: su corriente puede ser apacible o salirse del cauce y llevarse a New Orleans. También puede ser como uno de esos programas sobre naturaleza con una criaturita comiéndose la cara de otra.
Lotic es salvaje. Lo primero que salta a la vista de él es su paleta sonora (sí, es una frase ilógica). Los sonidos licuados, pasteurizados y mezclados con sopa de cadena de bicicleta han estado con nosotros desde algún lugar de los 70’s, cuando los sintetizadores comenzaron a volverse inteligentes y tomar control del mundo. Pero es fácil olvidarlo. Así aparece Lotic, como un balde de agua fría sonoro en la cara que da ganas de ir a buscar el aire caliente de las discotecas colmadas.
La primera vez que escuché Damsel In Distress, no sabía qué imaginar (aparte de hombres pescado-araña eléctricos del espacio, una cosa muy Lovecraft).
Luego, después de un riff agudo y misterioso, como glockenspiel o cítara de película de terror, aparece la voz de Beyoncé, tras un pequeño muro de reverb. Bienvenido a la pesadilla bailable de Lotic… espera un poco más, sólo un poco más y unas vocales masculinas con un pitch bend gravísimo tornarán todo incómodamente romántico, nostálgico y futurista (claramente, los adjetivos son un problema cuando se trata de éste).
Cuesta mucho creer que haga todo en su computador, pero el aire culto de su nombre no viene de gratis: estudió composición de música electrónica en UT – Austin. De ahí que sepa colocar esos sonidos extramundanos (síntesis granular, found footage, hagan ustedes sus apuestas) en el lugar ¿adecuado? Lotic admite que le gusta jugar con los sentimientos de su audiencia, y la atmósfera de la mayoría de sus producciones otorga un lugar prominente a la tensión, lo extraño y lo inhóspito, alternándose con tracks enfocados en el ritmo y hacerte bailar como un gusanito. Las poquísimas pinceladas de dulzura en su Soundcloud suelen venir de remixes por parte de otros artistas más amables y *mucho* menos intensos.
Hay una extraña coherencia en Lotic, y se debe a que es imposible separar su persona artística de su persona pública: su aproximación al diseño en sonido se basa en una búsqueda de lo único – alguna vez dijo que “jamás usaría un kick de 808” – y esto se une, no tan descabelladamente, con sus sets y la manera en que se nos presenta: como un joven con su color de piel, con sus ademanes y gestos divinos, que no se siente intimidado de presentarse en una escena donde la heteronorma no es el must pero aún es el mainstream. Si cabe alguna duda de aquello, bastará considerar que sólo han pasado un par de años desde que Busse y Davasse publicaran Hypermasculinity on the dancefloor. Así, Morgan hace el papel de un embajador no sólo para una sub especie de club music que habita las vísceras de la noche, sino para las sexualidades y proyectos identitarios que usualmente figuran en la contraportada.