Princess Nokia

El trabajo de Princess Nokia – el más reciente alias de Destiny Frasqueri – es uno de los principales exponentes de la incursión del hip-hop hacia las corrientes LGBTQ. A la vez, es una perfecta demostración del perpetuo proceso de mezcla, apropiación y transformación cultural. Es de notar cómo un género musical que, en principio, era la manifestación cultural (minoritaria) de hombres afrodescendientes de Estados Unidos alcanzó finalmente la universalidad. Y ahora – lejísimos del turntablism de Kool Herc y la revolución del sampleo que desencadenaron De La Soul y Public Enemy – funciona como una fuerza legitimadora de las identidades migrantes: de género, etnicidad y sexualidad, en lo que podría ser una apropiación empoderadora o una especie de gentrificación cultural mutante (si eso no es una manera muy fucked up de ver las cosas).

 

Sean cuales fueren los horribles procesos sociológicos subyacentes a esta última ola del hip-hop, Frasqueri ha sabido surfearla con habilidad y encanto. Comenzando su carrera simplemente como Destiny en 2010, pasando por Wavy Spice y finalmente llegando a Princess Nokia – su persona musical definitiva – ha atravesado muy diversos territorios musicales y los ha acomodado a su estilo personal, rezumante de actitud, provocación y feminismo. En Brujas, como hiciera en Yaya durante sus principios, discute (no excenta de crítica) temas relacionados con el orgullo puertorriqueño y afrodescendiente – de Taínos, Yorubas y arawacos- aludiendo a aquél lado B de la cultura: la que fuera borrada por el colonialismo. Su hit, Tomboy, es una celebración de las feminidades periféricas, que, como el término, han estado presentes desde siempre, pero que apenas desde finales del último siglo empiezan a afirmarse y validarse políticamente frente a esa opresión semisólida y omnipresente del género y los estándares de belleza: aspectos en los que profundiza en su podcast Smart Girl Club Radio.

 

El trabajo de Frasqueri tiene mucho de autobiográfico, así que su asidero en los temas que trata es todo menos desapasionado: creció en Harlem, como una adolescente diferente y problemática para los estándares conservadores – en sus palabras “no era una típica señorita presentable, siempre con asperezas en los bordes, siempre un poco desordenada”. Asistiendo a vogues y raves, escuchando metal con su niñera gótica, echó raíces en aquellos terrenos fértiles para la expresión de una individualidad única y transgresora – lo que no pocas veces le ameritó una paliza de su madrastra malvada. Cuando logra independizarse y establecerse, pasa varios años circulando en el underground, cultivando su manera particular de hablar sobre subcultura y género y un repertorio vocal – desde el contrapunto del rap al canto dulzón y delicado del R&B.