Moda, música, fotografía y cuerpo: El mundo asimétrico y heterogéneo de Wolfgang 95

 

La fotografía y la música hacen usos del tiempo completamente diferentes. El ensamblaje de un atuendo es paso por paso, y su resultado es una imagen con cierta constancia o fija en el tiempo – en una fotografía – excepto si observamos a los finos atuendos perderse en la noche y llegar al día siguiente con la cara partida: pocos permanecen carentes de daño o son despojados con la misma temporalidad en que fueron colocados sobre el cuerpo. Como la música, que cambia de un estado a otro, aún si evoca una sola sensación.

 

Por suerte, en la lectura estética de las formas, los contextos y las producciones artísticas los dos procesos pueden coexistir, el tiempo puede fluir y quedar paralizado al mismo tiempo, las ideas antagónicas se juntan en una textura extraña, pero agradable al tacto. En este orden de ideas, los creativos detrás de Wolfgang 95 nos traen un pequeño playlist, a modo de envoltura sonora a su proyecto de indumentaria.
Benjamín Lobo yace en la encrucijada entre el arte y el diseño: no pretende llamarse “diseñador”, cuidándose de ofender a la techné de esta disciplina. Es al mismo tiempo desafiante, considerando a sus intervenciones como obras de arte, tan capaces de pararse en un museo (léase: estar a la altura),  como en las pasarelas (léase: posar con elegancia y sensualidad) y en las pistas de baile (léase: ¡Qué calor!).

 

Junto al fotógrafo Esteban Astudillo ha publicado un discreto catálogo de sus creaciones, haciendo éste de “pintor” y proveyendo aquél el lienzo. Ya se han hecho cierta fama, apareciendo en medios dedicados a la cosa under, indie y DIY como RARO Magazine.

 

Su propuesta no es sólo transdisciplinar, sino (trans)cultural, performática y de género. Un diálogo entre lo clásico y lo punx: atuendos formales que revelan desnudeces en sus escotes, junto a prendas holgadas y el calzado totalmente carente de pretensiones de la cotidianeidad. En los rostros venezolanos – interétnicos, de singulares geometrías y gestos de atrayente hosquedad – conversan los rasgos de una herencia mixta, así como masculinidades y feminidades que rompen el molde, de las que el vestuario aporta también su opinión: un conjunto trashy en tela de jean cambia de género como de modelo, Benji, como modelo masculino usa falda y una camisa en crop top, mientras que Ana Cartaya devuelve una mirada seria a la cámara: nada de inclinar la cabeza a un lado o regalar traviesas sonrisitas.

 

Finalmente, los crudos escenarios suburbanos, las posturas con dejo y laxitud (las miradas que se devuelven con amistosa indiferencia, irreverente tranquilidad o ensimismada distracción) subvierten la idea de la pasarela al tiempo en que la evocan: la belleza se revela magnífica y soberana, como siempre, pero indiferente de sí misma. Una autenticidad surge los modelos que reconocen la artificialidad de la situación fotográfica, mostrándose vivos, dueños de sí, libérrimos y low key a gusto con ser mirados. Nada es inmaculado, sólo vemos un paisaje posmoderno donde todo lo que existe en el mundo convive, poblado por los animalitos de esta época. High fashion reciclable con desdén adolescente. Un día entre somnoliento y caluroso en el tercer mundo.

 
 

 
 

 
El playlist de Wolfgang 95 es una especie de Original Soundtrack para sus prendas y fotografías. Una alusión al universo de estas piezas, cuerpos e identidades en idioma musical, que les permite escapar del contexto venezolano para encarnar otros imaginarios: encontramos la trashy queenlyness de Crystal Castles, Princess Nokia y Lana del Rey junto a la ultraviolencia de Nicolas Jaar, Superhéroes y ese track de Trent Reznor & Atticus Ross. A la tristeza sensual de FKA Twigs y James Blake con la indolente cadencia nocturna de Grimes y Massive Attack. La cereza en la punta es una pequeña advertencia en la contestadora, de parte de la mamá de Frank Ocean: recuerda que la weed te convertirá en alguien estúpido, perezoso y despreocupado.

 




Article by: Dmitri Gronlund