Gaika
Su manera de pensar cultural y políticamente, viendo al arte como una forma de activismo, nos recuerda del contenido lírico y proyectos comunitarios de Das Racist, con la diferencia de que el artista que nos ocupa no coloca tanto peso en las palabras – y floridos guiños académicos – para profundizar en el registros visuales y sonoros.
Si sobre algo nos invita a hablar el DJ, productor y políglota mediático es sobre la manera en que confronta. “Ghetto futurism” es el nombre que acuña para el estilo de sus producciones, asomándonos un interés hacia la desigualdad, exclusión y opresión.
Gaika toma postura desde la riqueza cultural y musical negra, a la que desea impulsar y transformar ¿Pero qué quiere decir exactamente con “cultura negra”? ¿No es, después de todo, la cultura hip hop algo que inevitablemente asalta nuestra cabeza cuando pensamos la negritud del siglo XXI?
Es exactamente en contra del cliché que se alza el productor, por inocuo que parezca a primeras: junto con la cultura hip-hop contemporánea aparecen, como flashbacks, trozos del imaginario colectivo sobre la representación de los afrodescendientes: el gangsta domesticado y masificado, convertido en productor de rap multimillonario, con habanos, cadenas de oro y un subtexto de violencia tapado por camisas Armani de color Blanco Yate. O los muchachos buenmozos de Blacked.com, masajeándonos las expectativas de imagen corporal en todos los lugares correctos. También está lo que se dice con menos entusiasmo: los afrodescendientes siguen siendo una minoría étnica – quizás más simbólica que poblacionalmente – aún marginada y, con muchísimo pesar, aún susceptibles a ser tratados como ciudadanos de segunda clase.
Desechando estas formas hiper masculinas y vulnerables de la negritud y la estética mainstream del hip-hop, Gaika decide complejizar las acepciones de la “música negra”, llevando lo que pensamos por ella hacia otros extremos. En su trabajo hay claras influencia del dancehall, el grime y el R&B. La percusión invita al baile, con kicks de 808s y los bajos distorsionados del dub haciendo su eventual aparición. No obstante el mood es un poco más serio, con piezas de un tono dramático o misterioso, gótico quizás, muy afín también al sonido de Bristol. El uso del reverb le da su tizne atmosférico a algunas piezas.
Gaika nos canta (o nos increpa) en patois, al que a veces magulla con un altoparlante o le añade armonías con un pitch bend de Belcebú, como en aquél grato Intro de Alt-J. Junto al contenido de sus letras – reflexivas, desencantadas y rebeldes – el artista ya lleva un largo trecho por lo que parece ser una nueva dirección en la música negra.
El objetivo es escapar de los géneros preempacados y vaciados de sentido, de las estéticas y maneras de pensar la musicalidad de un grupo étnico y romper con los estereotipos (tanto los más vendidos como los caricaturescos).
De este modo, el artista se nos perfila como un propulsor de la diversa escena musical que ha caracterizado al Reino Unido – como nos gustaría que siga siendo – de donde emergieran el Ska two-tone y el Trip hop, donde Mike Skinner puede lanzar senda lírica con acento cockney y, bien doblado, comerse un desayuno Ital mientras ve My Beautiful Laundrette on the telly.