Jorja Smith
Dando un soplo de aire fresco a géneros clásicos, esta joven singularmente talentosa de Warsall, Inglaterra, nos atrapa como un truco viejo: tan antiguo que es difícil creer que alguien podría caer en él, y de una novedad impresionante, cuando nos damos cuenta de que se robó el suelo debajo de nuestros pies. Y ¡ay! es lo más agradable recibir la zancadilla de su voz, alternando con gentileza entre tonos guturales y metálicos, y otros suaves como gamuza, casi ASMRosas (por falta de mejores símiles) junto a las mezclas maravillosamente orquestadas que le sirven de lienzo.
Es agradable ver la tranquilidad y finura con que se desenvolvió su carrera artística: su entrenamiento en música académica pulió su voz hasta alcanzar la maestría, la lealtad de su mánager incentivó que su proceso creativo madurara y diera frutos, y entonces, entabló amistad con Drake y Kali Uchis, alcanzando las alturas con a un paso constante y sin apuros.
Generalmente, la música le impacta a uno en plena doxa: en el reino casi auto-evidente y predecible de la “opinión general”. Ya que es una sensibilidad musical estándar, la cultura pop conserva ciertas maneras anticuadas, poseyendo entrañables cursilerías y nostalgias. Nuestra veinteañera inglesa toma un enfoque muy pop hacia géneros bastante conocidos – digamos, el R&B y Soul de costumbre (a un compás sencillo y con melodías sentidas) – pero dotándoles de nueva vivacidad y calidez. Como dijera Banksy[1] “los grandes artistas roban”. Smith ha logrado exactamente eso al llenar formas anticuadas y cansadas con colores vibrantes. No se trata de “repetición”, sino de apropiación y creación.
Algunos podrían ver su elección de profundizar en estos géneros como una mera iteración, pero ya, estaríamos pensando respecto a su trabajo de la forma incorrecta. Sus piezas no se tratan de “lo que podrías esperar de nuestro actual contexto musical”. La razón jamás tiene la última palabra en el arte, pues el arte se trata sobre sentir ¿No es fantástico recordar que aún podemos hacer eso? Honestamente, a mí ya casi se me había olvidado.
En 2007, en “Blue Lights”, cuestionó la subcultura urbana periférica al hip-hop, empatizando con las masculinidades torcidas que las últimas producen. Para 2016 nos robó el aliento con “Where did I go?”, un banquete de sensualidad femenina y desilusión. En el presente año, hizo ecos de la lírica feminista con la ingeniosa “Beautiful Little fools”. Para algunos, puede ser que las preguntas que plantea en su obra están muy en boga, demasiado adecuadas para nuestra época, pero entonce no estaríamos escuchándola: no estaríamos sintiéndola. Y es en este sentir que el arte nos salva, en ser capaces de revestir estas preguntas tan razonables sonidos hermosos, y conectar nuevamente con la belleza en los seres humanos y sus vidas.
Sonoramente, hay una excelente complementariedad entre ella y Prash Mistry: su entrenamiento musical de conservatorio conspiran para invocar piezas melódicamente complejas brillantemente ejecutadas, que establecen la atmósfera deseada sin dejar lugar para dudas, como una idea perfectamente encarnada. Desde el punto de vista de la producción, cada tecnicismo es observado cuidadosamente: la imagen estéreo y la ecualización están realizadas con la mayor destreza, y observamos un juego muy sofisticado en cuanto a los detalles escondidos, pinceladas espontáneas de sonidos inesperados bailan alrededor de las sustanciosas melodías y acordes principales de cada pieza. No hay disparidad entre la voz que canta y la instrumentación, alcanzando una perfección apolínea y, aun así, cargada de sentimiento.